
quise ocultarle por un tiempo que eramos una especie de mostruitos, con las manos grandes posadas sobre su nuca, y siempre me confundían porque cuando intentaba besar su frente sacaba unos colmillos increíbles que le provocaban desgarrar el miedo desde el pulmón y provocar un ahogo momentáneo, de un instante casi, o un poco de segundo. E intentaba mirarte a los ojos, así tener la verdad, la razón bien puesta cuando la tomaras de golpe, y mis ojos se agrandaban como platos y se ponían negros enteros que entrabas en ellos y pusiste los pies como cuando hay una sensación incómoda. Y es por eso, tenemos silencios incómodos, pegados a un respaldo pegajoso por el calor, y las manos que se querían venir a mi cara porque los ojos se me caían y no habría sabido cómo explicártelo, no quería darte excusas y tampoco quería mencionar tanta cosa, y los perros no ladraron esa noche, y yo miraba al techo como monstruo aún y encontré que no era tan blanco, y encontré que los rinocerontes deberían ser azules, y quizás así nombraría con orgullo rinoceronte a mi perro, mi próximo perro, y también yo podría contarte más cuentos, más canciones, más rutas, más nubes, pero cada vez que lo pienso me convierto en monstruo de nuevo, con patitas y manos grandes, con colmillos, ojos grandes y una pancita morada.