jueves, 22 de octubre de 2009

Gotas de café amargo

Iba caminando con mis pasos sobre la vereda húmeda por aquellas calles que tanto conozco, donde tantas veces nos escondimos. Que mientras paseábamos entre ellas con pasos sigilosos parecían haber mil signos de precaución ignorantes, cientos de miradas con pensamiento científico exigiendo una explicación, mientras nosotros huíamos de ellas, no por miedo, sino porque no sabíamos como explicarlo tampoco y si es que llegábamos a hacerlo, sabíamos que jamás llegarían a entenderlo. Y pisaba los charcos de la dulce lluvia anterior, porque ¡como me gustaba pisar esos charcos! Que algunos evitaban como si no tuvieran fondo y fueran a caer en una especie de recuerdo infinito, o un sin fin de imperfecciones. Sostenía mi chaqueta con mis dedos haciendo que esta cayera por mi espalda, sentía mi pecho frió, ya que había de esos vientos que hacen arrastrar las hojas caídas abrigándolas a que cuenten sus secretos a los indiferentes caminantes, que pocos pueden interpretar o pocos lo llegan siquiera a percibir.

Y fueron tantas las risas que se deslizaron y se tatuaron en los muros de aquellas calles. Y para nosotros se volvía algo casual e impredecible todo esto que sosteníamos en nuestras manos, en aquellos rincones que parecían encender una luz en nuestros corazones, hacer cosquillas en el estomago, o imponer una especie de brillo en nuestras miradas que desconocía. Nunca te lo dije todo, nunca te dije lo más importante de esta historia, que ahora las hojas gritan como su secreto y que los charcos ocultan en su infinita profundidad de lluvia… porque así es; y diciéndote esto, es mi mejor manera de ocultártelo.

Un susurro que se mantiene tras tus orejas, las mentiras que escondiste en tus calcetines porque creíste que jamás las llegaría a encontrar ahí, ¿cierto? , aquella mirada tan extraña que siempre tenias cuando no te avergonzaba que te mirara tanto a los ojos, esta chaqueta que sostengo ahora que es la misma que llevaba aquel día en que una llamada no permitió el secreto que yo mantenía entre tus labios, la sonrisa que tuviste un día en esa plaza que casi no pude resistirme a cariarte, son algunos pequeños y secretos hechos que aun guardo en mi bolsillo, están todos tirados y desordenados en mis ojos cada vez que me ves, están lanzados como cartas de azar sobre veredas azules (manchadas de tus pasos), son gotas de un café amargo pero dulce esparcidas por el vestido del destino, o la suerte como llaman algunos, la maldita suerte. Si procuras buscar el secreto, cuando bajes las escaleras que muchas veces intentaste llegar con ellas al cielo, toma la carta de corazones que estará en tu puerta, ten en cuenta que cuando la encuentres lloverán gotas impotentes y esta máquina que late dentro de mi cuerpo estará inconcientemente susurrando tu nombre.