viernes, 26 de julio de 2013
Fue en otoño.
No era miedo. Miedo fue cuando con 5 años escuché escondida desde las escaleras de madera, que el sol era una estrella, y que todas las estrellas se acababan. O a los 4 cuando 3 tardes de la semana me asustaban con que me escondiera porque la basura me iba a llevar (en ese entonces nunca lo tomé como un insulto). Ahora no es miedo, no hay miedo, y a veces me juega en desventaja. Que acá me voy y punto. Pero fue muy rápido y necesitaba mínimo un lápiz, algo de papel, cigarros, para que fuera la noche que siempre quise, caminar y caminar. Y si tenía pensado huir, habría ido a donde siempre huí. Ahí nadie me encuentra jamás. Y sigue igual a pesar de los años. El puente, cruzarlo de una vez por arriba, y mirar hacia abajo, y colgar los pies hacia los autos que pasan y pasan por abajo iluminados por las luces amarillas. El puente paralelo, con una vista increíble, podría decir las mejores cosas con mis pies sobre ese puente. A pesar de todo, a pesar de lo enfermo y bizarro, de como su boca se extendía para gritar, del contexto estúpido (y sin incluir dentro de esto sus razones)... algún día me iré porque algo pasa, algo que me lleva buscando hace mucho, y no lo puedo encontrar acá.