Las tardes, las nubes cubriéndome el cielo, pero sólo unas partes, el sol se pone hace ese brillo sobre los árboles del forestal que sé reconocer perfectamente a la distancia, al momento de llegar poco queda de ese brillo, pero hay una brisa que me inquieta, una brisa que hace respirar mis recuerdos, mis pensamientos, me siento respirar a mí misma y sin más siento un miedo enorme, por ese simple acto que declara tantas cosas y tantos sueños... y adentro, bien adentro puedo sentir cosas dispersas, más que los latidos, más que la sangre, siento un montón de cosas, que no tienen forma pero que forman un meollo de una sensación que nunca había sentido. Y ahi al frente hay unas montañas gigantes, que se ven tan altas que parecen desafiantes, me dan ganas de ir a buscarlas, de caminarlas, de recorrerlas, porque sé que después de todo eso está el mar, y cómo quiero sentir el mar ahora. Mi abuela decía que era bueno poner los pies descalzos en la orilla del mar, no huir de la ola y dejar que te moje los dedos, porque así llevaba todos tus "vibras negativas". Quizás por eso, hay veces en que dicen que el mar es bravo y ahoga a tanta gente y roba tantas vidas. Y es quizás por eso, porque hay una sentir incierto que siento estando ahí, me siento ahí y en ese momento... pero teniéndolo así con esas montañas antes puedo conservar esto que siento por volver al mar, que me consume, que me mantiene sintiendo.
contarte todo esto teniendo en cuenta que es real y a la vez metáfora.