La tarde era fría, estaba nublado. Baje las escaleras y aún no habías llegado, subí de nuevo y me compré un chicle, y la señora que puso el dulce en mis manos tenía las manos frías. Baje las escaleras otra vez, masticando el caramelo, con el gorro puesto, las manos en los bolsillos y los pantalones sucios. Busqué un rinconcito en la estación para esperarte ya que debían pasar 5 trenes, pero llegaste en 2. Supuestamente debías aparecer con la mirada perdida buscándome por todas partes, mientras yo miraba indiferente con la música fuerte, hasta que después me encontraras.
Pero llegaste con toda esa gente, mirándome fijo, riéndonos como tontos por la abuela misteriosa que estaba a mi lado en el rincón.