sábado, 25 de diciembre de 2010
Jorge Primero
Nunca supe que siquiera había pisado otros países además de este, hay tantas cosas que no sé respecto a él, y su figura apoyada en el marco de la puerta mirando la calle con la mente perdida en recuerdos y un cigarro pegado a los labios. Me gusta que se ría de las hazañas de sus hermanos que ya están muertos y enterrados, que los tenga presentes y siga transmitiendo su historia como para mantenerlos algo más vivos. Ahora con el tiempo ha cambiado y se dedica más a escuchar en silencio y cada vez se vuelve más introvertido. Será porque ya crecí obviamente, y probablemente en estos últimos años lo he decepcionado, porque ya no soy como antes y como él me veía entrar todos los días a las 7 de la mañana con los cachetes rosados y gordos, el pelo despeinado y ruliento, con una cobija en las manos y los ojos bien grandes mirándolo para seguirlo. Siempre me acostaba al medio, me gustaba sentir sus ronquidos fuertes cerca mío, su respiración me dormía, y nunca podía despertarme antes que él, nunca pude. Y en la tarde las aventuras de la máquina de escribir y descubrir cada tesoro que tenías en la bodega, junto con ese pájaro que escondías en tu mano que nunca pude ver y que años después me entere que nunca existió, la chimenea en el invierno, las sopaipillas que me dejabas hacerle figuras extrañas. Lo que más me gustaba era cuando salíamos en tu bicicleta o me llevabas a ese lugar lleno de caballos, a la bicicleta le ponías una almohada especial para mí, y me pedías siempre que me sujetara fuerte, y paseábamos y me reía, cada vez que salía contigo era una aventura. Y tú eras todas esas juntas, y sigues siéndolo para mi.