lunes, 13 de septiembre de 2010

Para que no lo entiendas


Odio esas sensaciones porque te producen como un susto concentrado en el pecho que siempre termina dejando unos ojos café en el alma, ahí bien presentes, como que los pone nerviosos y algo paranoicos. Y claro, como que fueron de esos momentos incómodos, como cuando hay silencios en la mesa o la bomilla se cae de la tacita del mate. Resulta demasiado sencillo acabar algo tan complejo así sin más que con un puntapie o unas de esas palabras de una boca tan delicada que quema. Y cómo no entenderlo si aveces se muestra tan simple bailando entre las mentes, goteando entre las manos y salpicando entre las cartas, y cuando puedo lo atrapo con los dedos lo doi vuelta como moneda y al momento de darme una decisión por cosas de suerte o casualidades termino acariciando la respuesta menos esperada. Pero no pieses mal, no es que no dependa de mi, es que creo que aveces me abandono un poco para estas cosas porque lo prefiero así, como actuando de manera fría y algo distraida podría llegar a conocer más con mi silencio que estrujandole preguntas, y así ha sido. Una pavada termina siendo en realidad, lo sé, pero cómo bancarme todas las cosas, los pecesitos cada vez se sienten más pequeños e insignificantes, sienten que nadan en un mar infinito sin fondo, quizás ya no sean suficientes, tal vez no pueden llenar el resto de mar que queda que cada vez parece más profundo. Y no sé, cómo saberlo si es que a penas empiezo las primeras páginas, cómo saber si en verdad el equinoccio me va a cambiar los días además de la edad. Me da escalofríos. Qué ganas de que la sensación no hubiera llegado, que el pensamiento no hubiera cruzado mi mente dejandola en blanco, que el pulso no haya acelerado derrepente mi respiración, que tenga un par de maletas y en un tren irme un poco, qué tan malo podría ser.