
"No hay felicidad sin una cabra tocando el violín", apartada de la escena, en un rinconcito irreconocible para cualquier personaje que cruza en un punto fugaz por un lugar que parece detenido por dos pies, dos manos y dos ojos atrapados en la imagen, esa imagen fabulosa. Podría acompañar esa imagen con cualquier cosa, con un cigarro, con una copa, con un café, con sal, con viento, con olas, se adapta de cualquier forma en una sensación que me atrapa de la frente a los tobillos al tener un pulso acelerado entre mis manos o un perfume en mis labios. Si me preguntas por la cabra, aveces se pone un traje elegante, nunca ha encontrado zapatos que le queden bien, así que anda descalza, y cierra los ojos cuando toca delicadamente su violín de un rojo opaco. Aveces nos toca algo dentro, y nos dan ganas de sonreír porque si, y la cabra anda pendiente. Y llega un brillo de sol a iluminarnos los ojos, el caminar se vuelve ligero, la lluvia no importa, y cuando el sol cae repentinamente, no sabes las ganas, no sabes cómo desearía...